viernes, 26 de marzo de 2010

Una más

Sentada en mi salón, oigo de fondo a una china que lleva gritando como una posesa desde hace un cuarto de hora. Tiene un cabreo fino filipino y no hago más que pensar en quién será el blanco de sus ataques y por qué. Deberíamos tener un botón de MUTE en algún lugar del cuerpo... O unas ventanas que aislasen más el ruido, que en esta casa se oye hasta cuando el de abajo estornuda.

Regresando hoy del aeropuerto, me he dado cuenta de que después de dos meses aquí, las cosas que veo por la calle ya me resultan muy familiares. No me había dado cuenta hasta hoy, pero desde hace unas semanas siento de verdad que esta es mi casa, mi ciudad. Ya no la veo con ojos de turista ni de persona que está de paso, y eso que cada día descubro cosas nuevas, sino que vaya por donde vaya y haga lo que haga, noto el elemento de anclaje a este lugar.

De hecho, una de las señales que me han abierto los ojos a todo esto ha sido que por fin he conseguido distinguir al chino que tiene la frutería en la esquina de mi casa, sin confundirle con el ayudante, que ya es un paso. Para mí eran los dos idénticos hasta hace un par de días.

Entro en mi portal y ya me sé el escalón que tengo que pisar con más cuidado porque anda medio chungo; sé dónde tengo que mirar para ver si tengo que ir a buscar algún paquete a correos (te ponen un pegatina en el portal y allá te las apañes si no la ves); puedo dar indicaciones a la gente que me pregunta por la calle; soy capaz de quedarme una tarde en casa sin agobiarme porque lo tenga que ver todo... Y ya no llevo la cámara grande a todas partes porque pesa (mala práctica que tengo que corregir porque luego me arrepentiré).

Nueva York es mi nueva casita y estoy muy feliz de estar aquí. Aprovecharé, que sólo me queda ¡un mes! Estos dos meses se me han pasado volando... ¿Alguien puede parar el tiempo y darme algo de margen?

... Finalmente la mujer ha dejado de chillar... Qué paz...

No hay comentarios: