miércoles, 10 de febrero de 2010

Proposición y huevos rotos

Hoy he tenido un anillo de pedida en el dedo por segunda vez en mi vida. La primera fue prácticamente terminando mi mudanza de Nueva York a Madrid, con Fitur de escenario, y esta ha sido con la Sexta Avenida de la Gran Manzana como telón de fondo.

Pongo en antecedentes: Juanjo y Arturo han venido a pasar unos días y después de desayunar juntos nos hemos puesto de camino hacia el Apple Store. En esas, pasamos por la 'Diamond Street', que es donde se encuentran todas las joyerías de los judíos. "¿Cuánto crees que cuesta un anillaco de diamantes?", me pregunta Juanjo. "Puesss una pasta", contesto imaginándome la ristra de ceros.

Así que nos metemos en una joyería y nos atiende un hombre con kipá. "Se van a casar", dice todo resuelto Juanjo, señalándonos a Arturo y a mí. No hay más que hablar: nos saca un solitario, y otro, y luego uno de pequeños diamantes alrededor. Antes de que me pueda dar cuenta, me coge la mano y me dice: "Yo creo que una talla tres te va". Me pone una anilla. No, demasiado grande. "Buen precio, $2,200".

Arturo y yo estamos completamente metidos en el papel y comentamos sobre las piedras con soltura, coincidiendo, por otro lado, en todo. Cuando vemos que la cosa se nos va de las manos, pues el señor está ya casi boli en mano apuntando presupuesto y día de entrega, sale "mi prometido" al paso: "Esto tenemos que hablarlo". Y salimos de la tienda por patas, parándonos en nuestra huida a hacernos una foto delante de la puerta.

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No hay nada que odie más que tocar el huevo... (Esas mentes sucias, que nos conocemos). Tras un día agotador de clases y vueltas por Nueva York, llego a mi casa sin ganas de cenar siquiera. Coloco la compra en la nevera y veo que las fresas me llaman desde el estante de arriba. Alargo la mano para alcanzar la cajita transparente y... Arraso la caja de huevos de la francesa a mi paso. Al suelo todo con un chof seco. "¿Alessandro?", llamo angustiada al italiano, que está con su jefe de sobremesa en el salón, "¿tienes un periódico?". "¿Italiano, de Estados Unidos...?", contesta. "Viejo". Veo dos pares de ojos asomándose extrañados por el pasillo hacia la cocina. "Se me han caído los huevos", contesto avergonzada, tanto por el hecho como por la frase. Y en dos zancadas se me ha plantado el jefe de Ale, odontólogo de una importante clínica en el sur de Italia, a recoger los huevos rotos de la cocina. He querido morir. Creo que ha sido incluso más humillante que subirme a rastras ayer en la noria del Toys'R'us de Times Square a petición de Juanjo.



1 comentario:

Dreamer dijo...

Anda, y lo que nos hemos reído en la calle de los diamantes con unas ... streetlights? ah, no, faroulas, en la entrada, para buscar tu anillo de prometida; o en la noria siendo los únicos adultos que nos subíamos?

Joer, Carol, debería haberme comprado un "laca" para quedarme encerrado en NYC toda la vida!!! :P